lunes, 20 de enero de 2014

Marcelo Koenig: "Las antinomias siguen vigentes en nuestro país"


Por: Carlos Romero

Si el peronismo es una pasión argentina, escribir sobre el peronismo también lo es. Como temática, reúne el doble y difícil atributo de ser un clásico que además posee una actualidad concreta. Así lo entiende Marcelo Koenig, para quien "la disputa por el sentido histórico del peronismo es quizás el gran debate permanente en la Argentina, porque desde que irrumpió en la década del cuarenta el peronismo es la verdadera discusión por el poder en nuestro país". Abogado, docente en la facultad de Derecho de la UBA y director de la Escuela Superior de Gobierno –dependiente de la Jefatura de Gabinete de la Nación–, Koenig acaba de publicar su segundo libro: Vencedores vencidos: peronismo-antiperonismo, donde repasa, como él mismo lo define, "una antinomia argentina en su historia más cruda".

El trabajo –editado por Punto de Encuentro y con prólogos de Norberto Galasso y Carlos Tomada– va desde el golpe del ‘55 hasta la victoria camporista del ‘73, un tramo clave en la reconstitución de la identidad peronista. Además, en esos 18 años de "resistencia" se forjó al protagonista sobresaliente de la etapa por venir: la militancia organizada, uno de los principales objetos de estudio del libro y, a la vez, el destinatario al que interpela Koenig, dirigente de larga data en organizaciones del campo popular y que hoy integra la conducción nacional de la Corriente Peronista Descamisados.

–¿Por qué constantemente los argentinos tratamos de definir qué es el peronismo?
–Primero, tiene que ver con que el peronismo no es un partido liberal que expresa una determinada opinión ideológica, sino que es un movimiento nacional, popular y transformador, que maneja en su seno contradicciones que disputan, hegemónica y contrahegemónicamente, cuál es la orientación que debe tener. Como todo movimiento nacional, de raíz popular, expresa las contradicciones que tiene ese pueblo en una etapa histórica dada. Y por eso es que permanentemente está en disputa ideológica, en redefinición, más allá de sus valores permanentes, porque la impronta se la pone quien conduce, quien se organiza, los sectores que logran tener el discurso aceptado por las mayorías. Por eso la pelea por el sentido del peronismo no es una pelea académica o desde la torre de marfil, sino que es una pelea en el barro de la historia, de la construcción política de una sociedad que se piensa más justa. Y es ahí donde surge esta disputa sobre el gran instrumento que tiene el pueblo argentino para construir esa sociedad.

–¿Por qué eligió centrar su trabajo en la etapa de la "resistencia"?
–Este libro está pensado como herramienta de formación política, de militancia, y toda herramienta tiene sentido en un marco. Ese marco es la disputa del sentido del peronismo, que es clave hoy y que de alguna manera tuvo su primer repensarse y reformularse en el período histórico que comienza en el ‘55, cuando desde el llano se reorganiza, se repiensa a sí mismo. Al mismo tiempo, se rompe con la idea muy propia de los sectores reaccionarios de que el peronismo sólo puede sobrevivir a partir de la prebenda del Estado, de que es un sistema clientelar que perdiendo esa estructura pierde todo sentido. Desde esa resistencia el peronismo se reformula como la identidad de los sectores populares.

–¿Con qué mecanismos esa militancia logró reponerse al golpe y a la persecución?
–Cuando se sostuvo que el correrse del Estado significaba el fin del peronismo se lo pensó con la lógica de la desnazificación que se produjo en la Europa de posguerra. Ese sentido tienen algunos instrumentos, hasta legales, como el Decreto Nº 4161 del ‘56, que sostenía un delito de opinión, donde se planteaba la prohibición de nombrar a Perón, a Evita y al Partido Peronista, y de silbar la marcha. Se pensó que así se iba a enterrar al peronismo, y en realidad siempre funcionó como lo define Scalabrini Ortiz en ese 17 de Octubre, como "el subsuelo de la Patria sublevada", un movimiento que está mucho más que en la mera superficie y que en todo caso el poder del Estado es constitutivo pero no es el núcleo. El kirchnerismo también es un proceso que se cristaliza en 2003, pero no hay kirchnerismo sin 20 de diciembre de 2001. Hay un montón de cosas que se venían fraguando, en todo caso, en el hartazgo del pueblo con el proyecto neoliberal instaurado desde la dictadura del ’76.

–Si el kirchnerismo es parte de esa identidad dinámica del peronismo, ¿qué le aportó?
–Le dio algo que el peronismo originario no tenía, que es la ampliación múltiple de derechos. Quizás, para mí la cuestión paradigmática es el matrimonio igualitario. Si a muchos de los que veníamos de la militancia anterior al proceso kirchnerista nos hubieran dicho que íbamos a tomar como una bandera el matrimonio igualitario, no sé si hubiésemos dicho "sí claro, va a ser así". Sin embargo, de alguna manera, el kirchnerismo nos reformó militantemente, planteando esta cuestión. También tiene que ver con que el kirchnerismo responde al pueblo de esta época. El movimiento nacional se nutre de lo popular y cada presente histórico de la Nación, que es el pueblo, le pone sus propios matices, su propio color, le da una textura distinta. El peronismo originario tuvo la textura del país de mediados del siglo XX. El mismo peronismo del ‘73 tenía una textura diferente. Y hoy, que es una nueva etapa histórica del peronismo, el pueblo también le pone su propia impronta.

–Como en su libro anterior, Combatiendo al Capital (2010), la militancia es protagonista. ¿Qué papel le atribuye?
–Creo que es central en el proceso argentino, en toda la historia en general, revalorizar el rol de  aquellos que se comprometen políticamente, que no son todos, que son los hombres y mujeres que se ponen al hombro un tramo importante de la conducción política. Perón hablaba de la militancia como la polea de transmisión entre la conducción y las masas. De alguna manera es así, pero en todo caso, mirado desde hoy, es mucho más que eso. Por eso es que hubo una fuerte estigmatización del militante, porque el militante cumple un rol de constructor y para demonizar a la política se necesitó demonizar al militante. Fue parte de lo que hizo la dictadura, sacándole el cuerpo, haciendo desaparecer a quienes le ponían el cuerpo a la transformación de la Argentina, porque esos militantes, el núcleo de los 30 mil desaparecidos, eran los que podían enfrentar las nuevas condiciones de dependencia que venía a imponer esa dictadura.

–¿Eso cambia en el '83?
–No, porque cuando recuperamos la democracia no recuperamos el valor de la militancia. En el alfonsinismo hubo una nueva estigmatización que fue la Teoría de los Dos Demonios, donde se igualaban víctimas y victimarios, donde se planteaba algo así como que la militancia revolucionaria de los ’70 era la causa del terrorismo de Estado. Ese vaciamiento propio de la exclusión política propia del neoliberalismo es lo que vinieron a romper en 2003 Néstor y Cristina, revalorizando la política y, por lo tanto, a sus constructores.

–No todos los autores que abordan el fenómeno militante tienen esta mirada positiva.
–Es cierto, hay autores a los que les parece que la militancia son apenas una serie de tipos que se meten en la política para seguir a un fulano y obtener beneficios. No digo que esto no exista. Esto existe, es parte de un sistema político tradicional que en la Argentina tiene un montón de tiempo y va a seguir subsistiendo. Pero la militancia es algo distinto de eso, sustancialmente distinto. La militancia tiene una mirada sobre la realidad, porque se construye siempre con o en base a una estrategia. Los que creen que la militancia es cuestión de seguidismo van a centrar su historia en la vida de los líderes, como lo hizo Mitre. Entonces, los grandes hombres son los que hacen la historia. Y la verdad es que es muy difícil pensar a San Martín sin pensar a los miles de "cuadros" que formó para hacer ese trabajo político que fue la independencia de América del Sur y que incluso, en gran cantidad, cuando él desapareció, siguieron siendo protagonistas de la política. El conductor siempre es emergente de la militancia que tiene. Es producto y productor. Por eso este libro contiene una mirada de los procesos históricos no sólo desde lo macro, sino también desde las organizaciones, porque gran parte de la disputa sobre qué tenía que ser el peronismo se dio entre esos grupos.

–En la última década, la militancia vivió una suerte de primavera. En cambio, el período que abarca el libro fue mucho más difícil, plagado de desafíos y obstáculos.
–Sin dudas, y es un poco la idea del libro transmitir esas complejidades. Existe una militancia que cree que eternamente se va para adelante, y la verdad es que la realidad histórica muestra que a veces se va para adelante, a veces se va para atrás, se retroceden dos pasos, se avanza uno; que no es fácil ni siempre para adelante, que no es siempre saludando y con la fusta abajo del brazo. A veces hay que agarrarse del caballo para que no te tire, a veces hay que estar abajo del caballo y a veces hay que saber rodar. Es parte de la construcción de la historia. Ojo que no existen lugares desde los cuales no se pueda retroceder. De ese peronismo que había cambiado la vida de la Argentina y de los trabajadores, y que había transformado incluso la estructura jurídica a través de la constitución del ‘49, de ese lugar también se pudo retroceder.

–¿La antinomia peronismo-antiperonismo no podría ser tachada de superada o extemporánea?
–Hay algunos sectores que intentan ubicarse por encima de las disputas sociales reales y eso tiene su prestigio. Es decir, "yo no soy ni blanco ni negro, estoy por encima". Uno diría que las antinomias son propias de la argentinidad, que se construyó en base a la disputa por ponerle la brújula al Estado entre prácticamente dos países siempre en lucha: uno mirando hacia lo europeo, de pensar que todo lo nuestro es lo peor y todo lo externo es lo mejor, y otro país mucho más contradictorio, difícil, heterogéneo, que se construyó desde lo propio. Esa antinomia sigue vigente. Se puede caer en el recurso fácil de decir que el peronismo y el antiperonismo integran una lógica de odio que ya terminó. Yo creo que el odio se repite. Las barbaridades que le han dicho a Cristina son parte del mismo odio de aquella pintada de Barrio Norte que decía "Viva el Cáncer". En alguna medida, es como esa frase de Jauretche que dice que las minorías tienen rencor porque pierden privilegios y las mayorías, cuando conquistan derechos, no odian. Aparte, la política, sobre todo en países dependientes, es una disputa de intereses.

–Y frente a este tipo de antinomias, ¿qué papel viene a cumplir el mentado "diálogo"?
–Cuando uno entiende a la política como una disputa de intereses, entiende que en política hay amigos y enemigos. El diálogo está bueno, el problema es que no garantiza ponerse de acuerdo, sobre todo si vos representás intereses diversos. Cuando vos querés justicia para las mayorías y otros quieren privilegios para las minorías, no es tan fácil ponerse de acuerdo, encontrar un punto medio entre los privilegios y la distribución de la riqueza. Porque la torta es una y la discusión es cómo se reparte. En este sentido, las antinomias son distintas miradas sobre cómo se reparte la torta.

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